El 2013 dejó sin libreto a la oposición; el gobierno debe reescribirlo

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Las elecciones municipales del 8 de diciembre en Venezuela significaron la derrota contundente de la tesis del plebiscito para “sacar a (Nicolás) Maduro de Miraflores”, que esgrimiera la oposición, incluyendo en ella a la orquesta política y mediática de la derecha continental y mundial, que presagiaba el colapso definitivo del chavismo.

A raíz de estas elecciones la oposición se enfrenta ahora una transición difícil, exacerbada aún más por un gran número de desacuerdos internos. Después de cinco elecciones nacionales en 18 meses sus líderes tendrán que reinventarse, y definir su concepto de acción política, fuera del contexto electoral, ya que no habrá votaciones durante casi dos años.

El saldo de este fracaso – más allá del avance en varias de las grandes ciudades y el acceso a nuevos recursos públicos- significa una serie de sismos en la “unidad” opositora. Su dirigencia ha perdido, sin dudas, credibilidad, prestigio y liderazgo. Al menos esta vez no gritaron fraude.

Pero lo cierto es que ningún país ha tenido en tan poco tiempo un ritmo de votaciones tan acelerado (19 en 15 años), ni se sabe de procesos electorales más observados y auditados, pese a demostrar incuestionablemente su transparencia y la seguridad en el voto.

En las elecciones presidenciales del 14 de abril último hubo dirigentes opositores que llamaron a sus partidarios a insurgir contra los resultados, con saldo de 11 muertos, y se obstinaron en desconocer la legitimidad del presidente electo.

Este 2013 que se va, fue definido por la Mesa de Unidad Democrática y sus facilitadores de EEUU y Colombia, como el año de la derrota del chavismo: la muerte de Hugo Chávez los envalentonó. Utilizaron una diferencia de más de 300 mil votos en la victoria de Maduro el 14 de abril del 2013 para crear la falsa hipótesis de un fraude, e intentaron el mismo 15 de abril un intento de golpe de estado, el cual fracasó por falta de apoyo popular y militar,

Quizá el mayor pecado de la oposición fue minimizar y desvalorizar al pueblo bolivariano como sujeto del cambio. Hoy la duda es qué va a pasar con los prepotentes dirigentes mudistas, y qué será del futuro de su último candidato presidencial, Henrique Capriles Radonsky, mientras la ciudadanía espera que, disipados los nubarrones de promesas electorales, retorne el mensaje socialista, ausente en la campaña electoral.

“ O el gobierno cambia, o el pueblo le pasará por encima”, señaló Capriles en la campaña. Luego prefirió callar, cuando las cifras lo dieron perdedor hasta en su estado, Miranda.

Los partidos tradicionales, Acción Democrática con 16 y Copei con 14, son los partidos con la mayoría de alcaldías ganadas dentro del MUD, cifra que sumada a los alcaldes obtenidos por Un Nuevo Tiempo totaliza el 54,6% de los 75 alcaldes electos en la fórmula de la coalición opositora. El 45,4% restante se distribuye entre 10 organizaciones, entre ellas Primero Justicia (de Capriles), Voluntad Popular, Avanzada Progresista, Alianza Bravo Pueblo, La Causa R y Proyecto Venezuela. 

La brecha de votos entre el chavismo y la MUD terminó superando el millón de votos, un amplio margen que se traduce en la victoria chavista en el 76% de las alcaldías disputadas, pero sigue mostrando un 40% del electorado definidamente antichavista, un voto duro radicalizado y emocional que va más allá de la oferta de sus candidatos.

Así como el chavismo le ha sobrevivido a Chávez, el antichavismo después de 14 años sigue vigente y no puede ni debe ser subestimado por los bolivarianos. El chavismo sigue siendo una realidad, un movimiento que se sostiene en un modelo cultural y económico de alta penetración, cuyo respaldo electoral fue subestimado. Pero ni los sectores populares parecen dispuestos a pasar masivamente del lado de la MUD, ni los estratos medios han logrado ser conquistados por el chavismo.

Quién ganó y quién perdió, se preguntan los analistas, que resaltan el hecho que la oposición accedió a administrar nuevos recursos financieros que, de mantenerse medianamente unida, le puede servir para conspirar y organizar un aparato político que haga daño al proceso bolivariano.

No cabe duda que a la derecha le afectó la iniciativa gubernamental de atacar la usura y en su afán oposicionista lució como defensora de especuladores, al colmo de que algunos dirigentes dijeron que se estaba atacando “a la sociedad” y a “la democracia.

Las tardías medidas decretadas por el gobierno de Maduro el 6 de noviembre contra el desabastecimiento y la especulación cambiaron el alicaído ánimo popular, movilizaron el voto bolivariano, haciendo entrar en juego -por qué no-, la conciencia de clase, como señala Rafael Rico Ríos.

La positiva respuesta del gobierno, tardía, superficial e insuficiente, frenó hasta cierto punto la ofensiva de la derecha; y significó un respiro que debiera servir para hacer efectivo el Plan de la Patria, el “Golpe de Timón” que propuso Chávez.

Pero también es cierto que en el día de la lealtad a Chávez el chavismo no logró conquistar la alcaldía de Barinas, capital de su estado natal… ni las de los andinos Táchira y Mérida y de la llanera Monagas, ni Heres, el principal municipio e Bolívar, por lo que se debieran evitar las actitudes arrogantes del triunfalismo.

La oposición ganó espacios de poder en varios estados: recuperó Barquisimeto, Valencia, Maturín y Barinas y perdió Ciudad Bolívar y San Carlos.

Para el sociólogo Javier Biardeau, el proceso bolivariano ha alcanzado dos objetivos estratégicos fundamentales en política: ha obtenido un tiempo político crucial sin perder grandes espacios de poder; y por otra parte, ha logrado contener la estrategia de derribo a corto plazo ejecutada por parte de la oposición, saliendo francamente de una zona de riesgo político.

Después de un 2013 duro, doloroso, donde pasó lo que no tenía que pasar, nada más y nada menos que la muerte del Comandante Hugo Chávez, el 2014 llegará a Venezuela con la promesa de batallas distintas, pero esta vez no electorales. El año que viene no habrá elecciones.

El mapa político que determinaron las elecciones de 337 alcaldes será el campo de batalla de un año crucial (otro más) donde la Revolución Bolivariana deberá demostrar su capacidad de reinventarse y seguir pisando firme en un campo minado, señala Marcos Salgado

De por sí, estas elecciones municipales no marcaron el fin ni el comienzo de nada. Aquellos que hablaron de la posibilidad de una inflexión histórica, que a su vez supere el bipartidismo o la polarización, tendrán que esperar lo que suceda en el 2014.


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