Semáforos en rojo

Semáforos en rojo

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Gira sobre el asiento para que los pasajeros situados detrás, a mi lado, puedan darle el dinero en la mano. Sin prestarles atención toma el dinero y lo guarda, con un gesto molesto que me desagrada

Intentando entablar conversación, murmuro:

-Es una situación difícil, pero ya pasará…-

-Hay más coches que pasajeros – contesta -Lo que ganamos apena llega para pagar la gasolina-

Tuerce y me mira por el retrovisor durante un instante, antes de proseguir con amargura:

-Un taxista es igual que un mendigo, la única diferencia es que el mendigo alarga su mano hacia delante mientras que el taxista la alarga hacia atrás-

Para en un semáforo en rojo, cerca del Mercado de Firas al-Sha‘abi. Suspira profundamente, casi con ira, con un aire de resignada exasperación comienza a golpear sus dedos, con irritación, en el volante. Un rostro inocente se acerca, es un muchacho de no más 9 años. Dice algo, pero tan suavemente que no conseguimos entender las palabras a través de la ventanilla cerrada. El chofer baja el cristal apretando un botón y la voz del niño inunda el coche mientras sus manos que sostienen dos chocolates penetran por la ventana:

-Solo un shekel, dos por un shekel-

El chofer le da un shekel y toma una de las barras de chocolate. Nos la ofrece pero todos la rechazamos, así que la tira sobre la guantera, y viendo que la luz se pone en verde mete la primera listo para acelerar.

Enciende la radio-casetera y gira el volumen para regularla, de repente la voz de Oum Kalthoum llena el coche. -No es momento adecuado para escucharte-, se dice a sí mismo y saca la cinta, optando para la radio. La voz trémula del presentador trae un aire de guerra, una guerra feroz, que llena el coche: asedio, asesinatos, heridos, detenciones.

El chofer acelera rápidamente para llegar hasta el semáforo en verde que se ve delante de nosotros. Pero antes que el coche llegue, se pone en amarillo y en rojo, debe detenerse de nuevo. Apaga la radio con un gesto irritado y vuelve a golpear con ritmo nervioso sobre el volante. Otro rostro inocente se acerca. Este niño tendrá unos 12 años. El chofer emite un sonido como enfadado y baja la ventanilla. Otra vez el sonido de una voz de niño llena el coche – ¡A mitad del precio de la tienda! – y su mano pequeña nos muestra un paquete de chicles a través de la ventanilla. El chofer mira las caras de los pasajeros por el espejo retrovisor, nadie mueve un musculo. Saca una moneda y se la da al niño, coge el paquete de chicles y lo tira encima la guantera, al lado de la barra de chocolate. El semáforo se pone en verde. De repente me doy cuenta que los otros pasajeros ya han pagado y yo no, pero titubeo por un instante antes de darle mi dinero directamente, no quiero que gire su mano hacia atrás, por eso le paso el dinero al pasajero que va sentado al lado del chofer, y este se lo pasa. El chofer me mira a través del retrovisor y sonríe. Estamos pasando por el Parque del Soldado Desconocido donde rostros relajados pasean sobre el césped mientras que otros exhalan al aire el humo del nargilha (pipa de agua) sentados en las sillas de las cafeterías. Dos jóvenes caminan despacio, en círculos, detrás de un grupo de muchachas coqueteando despreocupadamente. Todos buscan una vía de escape.

El coche gira a la izquierda cerca del cruce de Rashad al-Shawa. El semáforo como durante todo el trayecto está en rojo. El chofer se detiene, pone el freno de mano y saca un paquete de cigarrillos. Lo abre y nos ofrece uno, por si alguien quiere fumar. Todos le decimos que no, agradeciéndole el gesto, saca un cigarrillo y lo enciende.

Un joven se acerca al coche con un trapo mojado en la mano. Podría tener un poco más de 15 años. Limpia el parabrisas del lado del copiloto rápidamente y da la vuelta para limpiar el lado del chofer. Este respira profundamente, mirando fijamente el rostro del joven. Le dice que deje de limpiar el parabrisas. El muchacho se aleja del coche con una mirada de triste resignación. El chofer lo llama para que vuelva y le da una moneda. El muchacho la coge con cierta incredulidad, feliz de recibir este pago inesperado. Se aleja de nuevo, directamente hacia otro coche, pero nuestro chofer lo vuelve a llamar, y él, dudando, regresa atrás. El chofer le da la barra de chocolate y el paquete de chicles.

-¡Vende esto y quédate el dinero!-

El semáforo se pone en verde y el coche se mueve. Gira a la izquierda, directo hacia el cruce de la Universidad de al-Azhar, donde nos esperan otros semáforos en rojo.

 


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